jueves, 1 de marzo de 2012

EL PROTOCOLO DE LOS LOS VINOS




No hace falta ser un gran experto en vinos para andar por la vida con dignidad. Sin embargo,
conviene tener unos mínimos conocimientos para no hacer el ridículo, sobre todo 
cuando nuestra vida social es intensa. Eso de que a mi no me gusta el vino y me pido una 
coca cola, no queda ni medio bien, sobre todo si ya somos mayorcitos, porque para el vino,
como para otras cuestiones en la vida, es cuestión de proponérselo, ir probando hasta dar
con aquellas variedades que encajan mejor con nuestro paladar y nuestros gustos.

Si además tenemos en cuenta que sólo en Aragón existen la friolera de cuatro
denominaciones de origen con un montón de bodegas por cada una de ellas, razón de más
para interesarnos por el mundo y la cultura del vino. Porque supone un motor económico
muy importante del que viven muchas familias en nuestra Comunidad.


Una copa de vino de buena calidad es la forma más barata de alternar
en la barra de un bar, por suerte, queda ya muy poco de la creencia
de que un vino bueno es un vino caro. 
Los productores se ha  esforzado en conseguir una buena relación
calidad -precio y la variedad en el mercado es inmensa.


Por cuestiones prácticas y de costes, un vino muy añejo siempre
tendrá un precio de compra menos asequible que otros, pero hay que
decir sin miedo a equivocarse de que esos ya no son ni fáciles de
encontrar en el mercado, salvo en tiendas especializadas y en el 
rincón del gourmet de grandes almacenes. Si hablamos de 
restaurantes, en los más clásicos.


Sin enrollarnos demasiado, vamos a dar unas pautas sencillas, como su clasificación básica,
su uso protocolario y el maridaje con los alimentos.

Blancos: Se sirven muy fríos, no helados, y se dividen en secos, afrutados y dulces.

 Los secos van bien con entremeses, melón con jamón, paellas, angulas, mariscos,
 zarzuelas de pescado y toda clase de pescados.

Los afrutados son adecuados para las cremas, pastas, pescados fritos, embutidos carnes
blancas y quesos de pasta blanda.

Los dulces o moscateles son perfectos para postres.

Rosados: también se sirven muy fríos y son buena compañía de fiambres, bacalaos, pastas y pescados en salsa verde.

Tintos: deben descorcharse una media hora antes de ser utilizados, para que se oxigenen y adquieran la temperatura ambiente ideal para su consumo.

Los jóvenes o del año, más ligeros, son adecuados con toda clase de platos que no sean
muy grasos: guisantes con jamón, verduras rellenas, pimientos, pastas, huevos, bacalao,
cordero, etc.

Los robustos, más contundentes, se dividen en:

        Vinos de crianza: Un año en barrica y unos meses (entre seis y doce) en botella.

        Reserva: Un año en barrica y dos en botella.

        Gran reserva: Dos años en barrica y cuatro en botella.

Estos vinos son los indicados para platos de caza, guisos de legumbres, quesos curados,
estofados de carnes rojas, etc.

Cava: Se sirve siempre muy frío, en copa alta para poder apreciar el rosario que forman las burbujas. Se clasifican según el contenido de azúcar por litro, aunque los de mayor calidad 
son los que llevan menos, como el Brut y el Brut Nature.

Champan: Se diferencia del cava, exclusivamente por su origen francés. El método que se
utiliza para su elaboración es exactamente igual al del cava, denominado método tradicional o método champenoise. 

El orden del consumo de los vinos es el siguiente:
Uno de mis blanco favoritos       

Los vinos ligeros antes que los fuertes.

Primero los secos y terminar con los dulces.

Comenzar con blancos y acabar con tintos.

Los vinos jóvenes delante de los viejos.

Si se va a beber un solo vino durante toda una comida, se elegirá éste según el plato principal
del menú.


En próximas entregas, hablaremos de vinos de Aragón.

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